San Manuel Bueno, mártir es una novela escrita por Miguel de Unamuno y publicada por primera vez en 1931. La temática principal son los problemas de fe y el libro nos cuenta la historia a través de Ángela, la narradora.
La novela transcurre a principios de siglo XX y tiene lugar en un ficticio pueblo llamado Valverde de Lucerna. Se dice que dicho pueblo está inspirado en un pueblo real de Zamora (España) llamado San Martín de Castañeda.
Ángela es hija de una fervorosa cristiana de inquebrantable fe y vive con ella en dicho pueblo de la provincia de Zamora. Viven cerca de un precioso algo junto a las montañas.
Don Manuel es el cura del pueblo, y tiene una personalidad bastante magnética y atrayante. Ángela, a pesar de haber estudiado en la ciudad, vuelve al pueblo atraído por él. El hermano de Ángela, vuelve de América dispuesto a llevarse a su familia a la ciudad y con un profundo odio a la religión, pero todo cambia cuando descubre que Don Manuel es diferente al resto de curas que él ha conocido. De hecho, Lázaro se convierte al cristianismo y se vuelve devoto, especialmente tras la muerte de su padre.
Pero pronto la familia espiritual que han formado se desquebraja y Ángela queda como encargada de transmitir el mensaje de Don Manuel.
Literatura y ficción > Ficción contemporánea
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Sobre este libro
Añadido a la biblioteca el 27-12-2017
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Miguel de Unamuno fue un escritor y filósofo español, nacido en Bilbao en 1884, y encuadrado en la generación del 98. Fue Rector de la Universid...
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Sí, ya sé que uno de esos caudillos de la que llaman la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo. Opio… Opio… Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe.
¡Hay que vivir! Y él me enseñó a vivir, él nos enseñó a vivir, a sentir la vida, a sentir el sentido de la vida, a sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma del pueblo de la aldea, a perdernos en ellas para quedar en ellas.
¿La verdad? La verdad...Es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella.
La envidia —gustaba repetir— la mantienen los que se empeñan en creerse envidiados, y las más de las persecuciones son efecto más de la manía persecutoria que no de la perseguidora.