El príncipe es un tratado político escrito por Nicolás Maquiavelo en el siglo XVI, existiendo un amplio consenso en el año 1532 como fecha de publicación. Se puede considerar un libro educativo que, de forma didáctica, describe al rey ideal y brinda consejos para ejercer el poder.
Maquiavelo acuñó una de las frases más citadas y conocidas en el mundo entero: El fin justifica los medios. En una sintetización algo simple, así podría definirse el mensaje central de la obra de este escritor Italiano.
Para Maquiavelo, un rey debe garantizar al estabilidad de su gobierno, incluso si para ello tiene que utilizar la violencia. Es lícito, e incluso necesario, utilizar la violencia para mantener el poder, siendo a veces necesario ser temido.
Sin embargo, el autor también explica que es necesario satisfacer a su súbditos y evitar que su propio pueblo lo aborrezca. Unos súbditos felices contribuyen a la economía y hacen florecer el comercio y la riqueza del país.
El príncipe es una obra de realismo político: pone su foco en explicar como se rige la política en la época y refleja realmente bien el modelo de reinado medieval.
Para la edición digital del libro El príncipe se ha utilizado la siguiente edición y traducción: MADRID: IMPRENTA DE D. JOSE TRUJILLO, HIJO, plaza de los Ministerios, 3. 1854; con origen Wikisource.
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El odio se gana tanto con las buenas acciones como con las malas. Un príncipe, para conservar el poder, es a menudo obligado a ser perverso, porque cuando el grupo (ya sea pueblo, soldados o nobles) del que juzga necesario para mantenerse, está corrompido, es conveniente seguir su capricho para satisfacerlo, pues las buenas acciones serían tus enemigas.
Hay tres clases de intelecto: el primero discierne por sí; el segundo entiende lo que los otros disciernen, y el tercero no discierne ni entiende lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil.
La mayoría de los hombres, mientras no se les prive de sus bienes y de su honor, viven felices; entonces, el príncipe es libre para combatir la ambición de las minorías.
No hay manera de evitar la adulación que hacer entender a los hombres que no existe ofensa al decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto. Por lo tanto, un príncipe prudente debe preferir una tercera vía: rodearse de los hombres de buen juicio.
Un príncipe no debe tener otro objetivo, ni otra preocupación, ni debe considerar como suyo otro estudio que el de la guerra, su organización y su disciplina. Porque éste es un arte necesario exclusivamente para quien manda.